Hoy damos comienzo a un Año Jubilar y cada Jubileo es una invitación de Dios para un nuevo inicio, en la libertad. Cada jubileo es la promesa de Dios de que no somos prisioneros de nuestro pasado ni del presente.
Misa por el año jubilar 2021
Excelentísimo Señor José H. Gómez
Arzobispo de Los Ángeles
Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles
11 de septiembre de 2021
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Éste es un día de gran alegría para todos nosotros al estar reunidos hoy con motivo del comienzo del Jubileo.
Así, en este día hemos abierto la Puerta Santa de esta gran Catedral y juntos hemos cruzado su umbral para escribir un nuevo capítulo de esta hermosa historia del amor que le tenemos a Jesucristo.
Hoy damos comienzo a un Año Jubilar y cada Jubileo es una invitación de Dios para un nuevo inicio, en la libertad. Cada jubileo es la promesa de Dios de que no somos prisioneros de nuestro pasado ni del presente.
Este Año Santo no tiene que ver con el pasado. Miramos, ciertamente, con gratitud hacia atrás y nos maravillamos por las bendiciones de Dios, pero avanzamos siempre con la confianza de que Dios nos mostrará cosas aún más maravillosas que éstas en el futuro.
Escuchamos que Moisés decía en la primera lectura: “Declararán santo el año cincuenta y proclamarán la liberación para todos los habitantes del país”.
Mis queridos hermanos y hermanas, la historia no es tan sólo una serie de eventos aleatorios en el tiempo. Nuestras vidas no son solamente una serie de cosas que se suceden una a la otra. El Jubileo nos recuerda que la historia tiene una dirección y un destino, y que nuestra vida tiene un propósito dentro del plan de Dios.
Jesucristo es el Señor de la historia y solo él le da sentido a nuestras vidas.
Jesús dijo: “Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará”. En Jesús, Dios mismo ha cruzado el umbral, descendiendo del cielo para entrar en la historia humana. En Jesús, Dios viene para mostrarnos el amor que nos tiene, para dar su vida por nosotros y para abrirnos la puerta del cielo.
Entonces, hermanos y hermanas míos, ¡Jesús es el motivo de este Jubileo!
En el Evangelio de hoy, él nos dice que viene para cumplir las promesas de Dios, para traer el año de gracia del Señor, para traernos un tiempo de gracia y de misericordia. Él nos dice que viene a liberarnos de los fracasos de nuestro pasado, de la cárcel de nuestras limitaciones, debilidades y pecados. Que viene a abrir nuestros corazones y nuestros ojos para que podamos ver la verdad, para que podamos descubrir el hermoso misterio que es nuestra propia vida.
Y esa hermosa verdad es ésta:
En Jesucristo, se nos ha concedido el poder llegar a ser hijos de Dios. Podemos amar como él ama, ser santos como él es santo, ¡podemos tomar parte en su naturaleza divina! Si tomamos su mano y lo seguimos, podemos caminar a su luz y él nos conducirá a la eternidad, al amor que no tiene fin.
Jesús es la puerta que conduce a la salvación. Y nosotros entramos por esa puerta por medio de la fe.
San Pablo nos dice hoy en la segunda lectura: “Porque basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse”.
Ahora que damos inicio a este Año Jubilar, Jesús nos invita, a cada uno de nosotros, a entrar por esta puerta de la fe. Él nos llama a renovar nuestro amor, a profundizar nuestra fe en él, a avivar nuestra hambre de la Palabra de Dios y del Pan de Vida.
Durante las cuarenta horas previas a que abriéramos las Puertas Santas esta mañana, los católicos de toda la Arquidiócesis han estado orando ante el Santísimo Sacramento en nuestras parroquias.
De eso se trata el Jubileo: de acercarse más a Jesús y de acercar a otros también a él.
¡Así que hagamos que este año sea un año para Jesús! Hagamos de Jesús el centro de nuestra vida, que él sea nuestro primer pensamiento por la mañana, nuestro último pensamiento por la noche y la razón de todo lo que hagamos durante el día.
Le pido a Dios que este año desarrollemos nuevos hábitos de santidad, apartando realmente un tiempo todos los días para orar y para leer los Evangelios. Reservando verdaderamente un tiempo para estar frecuentemente con él en la Sagrada Eucaristía, en silencio, adoración y a la escucha de su voz.
Pero nuestra fe en Jesús no es sólo personal. Nuestra relación con Jesús no es algo que debamos guardar solamente para nosotros.
Ser cristiano es ser misionero. No hay otra definición de ello. Y la Iglesia no tiene otra razón de existir que la de evangelizar. Cada uno de nosotros estamos aquí para ayudar a los demás a encontrar el camino que los conduzca a todos a Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, cada uno de nosotros le debe la fe en Jesucristo a alguien que estuvo aquí antes que nosotros. Eso quiere decir que necesitamos que alguien nos presente, que alguien le hable de nosotros a Jesús, que alguien lo traiga a nuestra vida.
Eso es lo que dice hoy San Pablo en la segunda lectura: ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se lo anuncie?”.
Y ésta fue la razón de la existencia de la Misión San Gabriel: ¡predicar a Jesucristo y proclamar su amor a todos los corazones de Los Ángeles y del sur de California! ¡Para así hacer crecer el Reino de Dios en Estados Unidos!
Y la misión que empezó con los misioneros y los nativos hace doscientos cincuenta años, está aún lejos de terminar. Hay mucho más trabajo por hacer.
¡Así que sigamos avanzando! ¡Vayamos siempre adelante en nuestra misión de llevar a los demás a Jesús!
En este Año Jubilar, respondamos con alegría y generosidad a su invitación y crucemos la puerta de la fe, permitiendo que Jesucristo cambie nuestra vida con su gracia.
Así que le pido a Dios que durante este año cada uno de ustedes y sus familias —todos nosotros— recibamos abundantes bendiciones, gracias y misericordia.
Que la Santísima Virgen María, nuestra Madre y la Reina de los Ángeles, nos ayude a seguir las huellas de su Hijo, a amarlo y a hablarle de él a los demás, tanto en nuestros hogares, parroquias y ministerios, como en nuestras escuelas y en nuestra sociedad.
San Gabriel arcángel, ¡ruega por nosotros!
San Junípero Serra, ¡ruega por nosotros!
Nuestra Señora de los Ángeles, ¡ruega por nosotros!