Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria como del Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
No somos espíritus puros, no como los ángeles. Estamos encarnados. Dios nos dio los sentidos físicos para que podamos adquirir conocimiento mirándonos unos a otros. San Agustín dijo que nuestro impulso más profundo es mirar hacía aquel que mira hacia atrás en el amor.
Entonces Dios se convirtió en uno de nosotros, con ojos como los nuestros, para que pudiéramos verlo mirándonos. Jesús prometió que permanecería con nosotros para siempre, y ha cumplido su promesa. Viene a nosotros en nuestros altares. Nos espera en nuestros tabernáculos. Él anhela las miradas que damos cuando rezamos ante la custodia en adoración silenciosa.
“Este es mi cuerpo”, les dijo a sus discípulos. "Este es el pan que ha bajado del cielo".
Dios hizo nuestros ojos para la Adoración Eucarística. Dios hizo nuestros cuerpos para que pudiéramos estar físicamente cerca de Èl. Dios hizo nuestros corazones y nuestras mentes para el tipo de oración que disfrutamos cuando Èl está cerca.